
1. Todos los imbéciles que se jactan de haber hallado la paz mental, de disfrutar la vida y de agradecerle a su deidad de turno el comienzo de una nueva mañana, no son otra cosa que desertores de la angustia que por años ha carcomido sus entrañas y su alma. Aquel que vigorosamente te hable de las ventajas de ver la existencia con optimismo, de lo maravilloso que es la relación con el prójimo, y que en un arrebato de filantropía te diga convencido que el mundo esta lleno de seres extraordinarios, esa persona, querido lector, pasó más de la mitad de su existencia entre dolores, lágrimas e ideas suicidas, que al ser tan intensas, tan profundas, han terminado por fragmentarse. Una actitud tan extrema pude conducir al suicido o al amoldamiento a los cánones de la vida, con la esperanza, de una vez injertos en la misma, no volver a padecer tan acervos dolores.
Nadie nace riendo, sino por el contrario, lo primero que hace el bebé al ver la "luz de la vida" y a los médicos que lo sacan de su resguardo uterino, es llorar amargamente: el niño viene al mundo con lágrimas en sus ojos, es su primera reacción, y es entendible: cualquier ser debería echarse a llorar al ver esas infaustas manos galénicas arrastrándolo hacia la vida.
Cuando conozcas esa clase de sujetos, en la mayoría de los casos emparentados con la mierda de la "new age", que te hablen del dios que todos llevamos dentro y de la energía que fluye entre los seres, deberías saber que ese demente esboza una torpe sonrisa porque sus lagrimales se cansaron de producir rocío salino; que ese gesto de paz que ves en su rostro es lo único que le queda por mostrar, pues sus lágrimas, sus contorsiones desesperadas, sus arrebatos melancólicos, han cedido, no por discernimiento, sino por cobardía e ilusión, creyendo que la libertad y la esperanza son un camino fuera del pórtico del dolor, cuando en realidad no son otra cosa que un espejismo que la vida nos tiende para hacer aun más torturante nuestro existir.
Nunca nadie pude escapar al sufrimiento, y si lo hizo, fue después de haber pasado penumbras inimaginables, lo que prueba fehacientemente que el dolor es lo primigenio en el ser, su verdadera naturaleza, mientras que la felicidad, vil mentira creada por amedrentados y estúpidos, es la última opción que queda antes de prepara la cuerda para colgarnos.
Claro, es más sencillo decir que con cada nueva experiencia se aprende, en vez de asegurar, con los ojos agobiados de tanto llorar, que todo acontecimiento acarrea dolor y penurias, que el placer no aleja el sufrimiento, sino que lo prepara; que luego del orgasmo viene la inmovilidad, y en ciertas personas, el asco hacia su compañero; que cada logro trae consigo envidias, enemigos, y un penoso deseo de mantener la parcela de laureles en nuestro dominio.
Estos mandriles sonrientes tratan de persuadirnos de que le agradezcamos a Dios el habernos permitido vivir una jornada, cuando en realidad lo que el Señor hace es arrancarnos un nuevo día, porque no avanzamos hacia el nacimiento, sino hacia la muerte; cada día transcurrido es un paso más hacia el decaimiento físico y mental, hacia el olor a viejo, hacia la lástima de la sociedad, que si está de buen talante, tal vez nos dignifique con una jubilación digna; cada día transcurrido es un paso hacia la muerte, hacia la nada... pero ellos, los chicos optimistas, nos dirán, con toda su necedad oriental, que ésta es sólo una de tantas vidas, y que pronto reencarnaremos... bien, que yo sepa, y a excepción de haber consumido mucho peyote, nadie puede afirmar que conoce algo más que lo limitado de su vida, nadie puede hablar de trascendentalismo metafísico cuando es incapaz de crear el más inmundo de los gusanos que pululan sobre la tierra...¿de donde viene tales aseveraciones entusiastas sino de seres que toda su vida temieron vivir y que ahora temen morir? Al diablo con ellos y con sus axiomas tibetanos. La vida no merece ser vivida, y sería una negligencia, una verdadera automutilación pretender ser eternos.
2. Sería más digno decir: "Sufrí, y ahora intento no sufrir tanto" en vez de proclamar con necia seguridad: "La vida es hermosa"
En lugar de elevar sus visión al dolor en general, al que padecen millares de seres en la tierra, y al que han padecido millones en la historia, estos egoístas optimistas, sólo perciben su propia evolución espiritual, y son tan desvergonzados, que osan transmitirles a los demás una historia que ni ellos mismos se creen. No son puros de alma, no saben lo que es la felicidad en su materia prima, no emergieron de las máximas de algún Lama alienado de la India: por el contrario, son una amalgama de dolor y angustia, que su debilidad no les permitió cristalizarla en el arte, o al menos, en un discurso sin ambigüedades. Ellos eliminan de sus vidas el pasado, intentan no hablar de cómo la vida los hizo pedazos, y comienzas sus discursos con una amplia sonrisa, diciendo: "Hallé la paz"
¿Por qué no nos cuentan lo que eran antes de ese supuesto cambio en sus vidas? ¿Por qué no tienen el valor de decirnos que por años se han arrastrado en la bosta, y que han sido los más infelices de la faz de la tierra? ¿Por qué no se sinceran con sus semejantes y en vez de tratar de inculcarles ideas pacifistas y esperanzadoras, les hablan de que eligieron el camino correcto no por opción , sino por desesperación ?
¿Vamos a darle crédito a estos seres que hablan de la paz y del sendero que lleva a la felicidad, cuando nunca lo hallaron, cuando tuvieron que empalagarse de excrementos antes de descubrir que podía existir otra salida? Y encima los bastardos le agradecen a dios, a algún gurú, o a alguna mierda por el estilo... si tendrían que agradecerle a alguien, debería ser al dolor, que los purificó, que los preparó para que ahora puedan enfrentar la vida; no hubo dios que los haya levantado cuando sufrían, sino el dolor, que los sepultó tanto en el fango, que luego de algún tiempo, fueron escupidos como el más vil de los ultrajes que pueda haber recibido la Madrastra Naturaleza. Lamento que no se hallan podrido en el cieno.
Todos los promulgadores de bienestar, de paz, de igualdad, han sido seres despreciables, adictos perdidos; no hay uno que haya llevado una vida digna, todos ellos se han entregado a los más repugnantes placeres de la carne, han consumido tanta droga capaz de matar a un oso polar, o han tenido algún accidente o algún hijo discapacitado. Así aprenden, luego de tanto dolor, que la vida apesta, entonces, merced al destino, y NO a ellos mismos, y NO a su decisión de hallar paz, se entregan al camino de la salvación... es obvio deducir en esta actitud cobardía y falta de voluntad, porque son manipulados por hechos externos, por situaciones que se encuentran lejos de su poder de decisión. Hablan de las facultades de Dios y de los designios que este tiene para con la humanidad, pero ¿acaso pudieron impedir, mediante su radical conocimiento de los planes de Dios, que les naciera ese hijo atrofiado? ¿o pudieron impedir, mediante plegarias, no caer en la tentación de las drogas? Nada de eso pudieron evitar, entonces ¿con que derecho nos hablan de Dios, de la vida de ultratumba, de reencarnación, cuando tienen que empujar la silla de ruedas de su hijo o lidiar con la cocaína?
Querida gente de la Era de Acuario: si ustedes tuvieran la Verdad, no hubieran tenido que pasar por tantas penurias para ahora llegar a esa supuesta y estúpida alegría que nos transmiten; si ustedes fueran los únicos tributarios de la Verdad, sus ojos no hubieran derramada tantas lágrimas ni sus brazos se hallarían casi sin venas de tanto haberse inyectado drogas.
3. La gente más esperanzada es la moribunda, es la que cree que mediante algún medicamento adecuado, o gracias a la bondadosa intercepción de Dios, su enfermedad cesará, y que pronto volverán a estar bajo el feudo de la salud.
Los enfermos de cáncer, por ejemplo, son las personas más optimistas que he conocido: se agrupan en comunidades, hablan de las células que los están matando con natural familiaridad; comparten entre ellos vivencias, y hasta tienen la osadía de hacer bromas respecto a su calvicie o a su esquelético cuerpo.
Uniéndose en manadas, creen que podrán impedir lo que Dios quiere que se cumpla en ellos: La Muerte. Allí radica la debilidad humana: no aman la sociedad, sino que le temen a la soledad. Y en parte es entendible, se están muriendo, y creen que en compañía de otros prominentes cadáveres, su angustia menguara.
Los enfermos de HIV también son cool, organizan reuniones, forman agrupaciones defendiendo sus derechos, luchan, en una verdadera batalla pírrica, contra lo que les esta aconteciendo.
Nunca conocí a nadie que antes de una intervención quirúrgica hable de la muerte, o que diga: "Voy a morirme" Por el contrario, todos ellos se aferran a la vida, y esbozan en su rostro optimismo, fe o lo que sea, con tal de prolongar un poco más su miserable estancia en la tierra.
¿A qué voy con todo esto? A que el optimismo es un tic del agonizante, nadie hablaría con tanta esperanza acerca de su salud en un momento de júbilo sexual o de éxito profesional; en esas situaciones, nos olvidamos de nuestro cuerpo, de nuestros órganos que tal vez algún día nos fallen, de nuestras células que tal vez estén anidando cánceres o de nuestra sangre, que puede estar llevando en su cauce carmesí el HIV. Cuando nos alaban, cuando todo marcha bien, nadie se pone a pensar en su cuerpo, sino que emocionado por lo externo, se deja llevar por la situación presente. No es optimista, es realista respecto a lo que le está aconteciendo.
Pero cuán distinto es ese mismo ser en los umbrales del quirófano, cuando todo contacto externo está vedado, cuando lo único que tiene al alcance de su mano es un crucifijo a quien encomendarse, o un cirujano a quien depositarle todas sus esperanzas.
Se acabó el júbilo, se acabó el aplauso; sólo está él y su cuerpo que ya no le responde; sólo existe la garra de Dios que quiere arrebatar su ser, y el bisturí del médico que desea mantenerlo con vida. Entonces se produce la esperanza, las ganas de vivir... el dolor los empuja a eso. Cuando ven que tal vez todo acabe, sonríen, pero no con esa sonrisa cínica que está reservada para la gente inteligente y que ve más allá de las apariencias, sino la sonrisa de miedo, de pánico, de saber que tal vez, dentro de unas horas, su cuerpo se perderá en la fría tierra de un camposanto.
Y allí nace el optimismo, empujándolos a ver la vida de otra manera, aferrándolos como peces en la red de un barco pesquero; creen que serán libres, que si todo sale bien, la vida cambiará... encontraron a Dios, Dios los ayudó, los salvó, en ellos se produjo un milagro... pero me pregunto ¿si Dios es equitativo, porque esos idiotas creen que los milagros sólo son para ellos y no para la decenas de personas que ese mismo día murieron en el mismo hospital?
¿Qué le hace pensar a ese necio moribundo que Dios quiere más su vida que la de los demás? Es un egoísta en el fondo, un cobarde que sólo piensa en él, y se cree un Moisés de ocasión, elegido por Dios para vivir, mientras que miles de niños en todo el mundo, y en ese mismo momento, mueren de hambre o de frío. Pero él se cree salvo, y entonces nos habla de Dios, de cómo salvó su vida, de como lo rescató de las fauces de la muerte.
Para terminar diría: ellos pregonan el optimismo como el enfermo moribundo, porque no tienen otra cosa, y porque así creen que su entorno los aceptará. Es más loable hablar de las cosas como deberían ser, en vez de dirigirse a ellas como realmente son. Su amor a la vida no nació en forma natural, sino que a través del crisol del padecimiento, que Dios, sus semejantes o quien sea, les hizo padecer. Por lo tanto, no nieguen la vacuidad de la vida, su sin sentido, cuando ustedes mismos, que ahora leen a los sabios orientales, meditan al amanecer y compran estampitas del Dalai Lama, vivieron toda su inmunda existencia en la desesperación, y tuvo que llegar el Dolor, aquel numen que tanto aborrecen, para enderezarles el camino... aunque claro, y lamento decirles esto: jamás hallarán el sendero, porque están signados por la desdicha.
Nunca olvidarán de donde vienen, y cuando hablen de amor, su aliento segregará el odio acumulado; cuando acaricien con afecto, sus manos serán ásperas, y cuando contemplen a los ojos, con esa mirada de idiota esperanzado, una lágrima, vestigio de su pasado atormentado y que nunca los dejará en paz, siempre estará asomando.
Nicolás Fiks
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